Thursday, July 10, 2008

Es la República, estúpido!

En 1992 el candidato Bill Clinton derrotó al presidente George Bush (padre) que buscaba su reelección fundándose en la rápida victoria lograda el año anterior en la primera Guerra del Golfo (contra Irak). Clinton basó su campaña presidencial en la famosa frase "Es la economía, estúpido". Logró demostrar que las principales preocupaciones del electorado estadounidense se centraban en la recesión y el desempleo.
En Argentina, hasta hace muy poco, la economía era la principal fortaleza del matrimonio presidencial. Podía insistir en que "hemos salido del infierno", ya que la economía de nuestro querido país crecía por quinto año consecutivo, mientras la pobreza y el desempleo descendían. Así, las advertencias de los economistas eran descartadas con diversos epítetos cáusticos y descalificadores. Pero, como se sabe, en economía uno puede hacer lo que quiere, excepto evitar las consecuencias.
En los años ‘80, el gasto público creció enormemente financiándose con inflación, hasta que la gente decidió fugarse de los pesos. El ministro Sourrouille tuvo la ocurrencia de cambiar los pesos por Australes, pero el público descubrió el artilugio y la Argentina entró en una siniestra competencia entre inflación y devaluación. La “hiper”, como la llamaban coloquialmente nuestros compatriotas, logró licuar el gasto público. ¡Claro, junto con nuestros salarios!
En los ‘90, luego de varios intentos por controlar el gasto, el presidente Menem encontró en Domingo Cavallo un hombre que logró recomponer la confianza con su plan de Convertibilidad. El “Mingo” antes de implementar su plan, se preocupó por licuar el gasto del Estado, claro junto con nuestros salarios: devaluó la moneda de A 5.000 a A 10.000 por dólar, y entonces sí los reemplazó por la ecuación: 1 peso = 1 dólar. Esto le dio un importante aire inicial (un colchón) para poder hacer reformas estructurales, privatizaciones, desregulación y apertura de la economía.
Pese a los legendarios enojos del Mingo, el gasto público siguió engordando sin parar. Habíamos aprendido que si lo financiaban con inflación el gobierno saldría por la ventana. Con la confianza restaurada lograron financiarlo con deuda pública. Pero la experiencia terminó mal, subieron las tasas de interés internacionales mientras se apreciaba la moneda y la industria perdía competitividad. A medida que la economía entraba en recesión se sucedieron diversos “planes de ajuste” y aumentos impositivos, pero no lograron contener el gasto total que ahora subía por el costo del endeudamiento.
Al entrar en el tercer milenio, el nuevo presidente no logró torcer el rumbo. Por fin, luego de 4 años de recesión y de la salida anticipada de varios presidentes, Duhalde eligió desatar una nueva mega-devaluación culpando a sus antecesores. Empezó su gobierno, entonces, con una tremenda licuación del gasto público. ¡Claro, junto con nuestros salarios! Gracias a la mega-devaluación y a la inmensa quita de la deuda, el gasto cayó casi un 70% por debajo del máximo alcanzado en 1999, de U$D 96.700 millones del comienzo de la década, y la pobreza saltó al 54%. Esto generó una reactivación en base a salarios de hambre y licuación de pasivos de bancos y empresas.
Desde entonces, el gasto público vuelve a crecer a tasas alarmantes. Pero, esta vez creyeron haber aprendido y por eso lo financian con impuestos. El superávit fiscal pasó a ser la variable endiosada, capaz de justificar todo aumento impositivo. Sin embargo, la deuda pública total en 2007 alcanzó US$ 145.700 millones superando los US$ 145.000 millones que había en diciembre de 2001, a pesar de la enorme quita, lo que demuestra que el mencionado superávit nunca existió.
Mientras tanto, el gasto de 2007 alcanzó los U$D 89.600 millones. Y la historia continúa, en abril el gasto corriente trepó 50,4% interanual. Las estimaciones más conservadoras estiman un total de U$D 113.000 millones para 2008. Al igual que la tarifa del taxi o el Big Mac superarán, en dólares, los valores de 2001. Allí se encuentra la simple explicación del impuestazo al campo: la imperiosa necesidad de más caja. Cómo cualquier adicto al gobierno nada le alcanza. Si le dieran para administrar la Antártida, en poco tiempo habría escasez de hielo.
Todo tiene un límite, el aumento del gasto y los impuestos desalienta la inversión, termina por frenar la economía y desata la inflación. Por fortuna, el interior empezó a hacer las cuentas y recuperó su espíritu FEDERAL; y el campo estalló ¡BASTA de impuestos!
El gobierno sólo tiene ahora una disyuntiva dolorosa: o bien devalúa y suelta la última ancla anti-inflación (licuando el gasto y nuestros salarios); o bien acepta una también dolorosa experiencia de estancamiento con inflación.
Es posible que empiece por la segunda y termine en la primera. No lo sabemos. Sólo sabemos que el gobierno ha elegido al campo como culpable de todos los males (inflación y recesión), de modo que no esperamos ver una solución pronta a este conflicto.
Nuestra esperanza se funda en el renacimiento del espíritu republicano, representativo y federal, que está estampado en el primer artículo de nuestra Constitución. Tal vez, con ese espíritu logremos conformar una nueva fuerza política que surja de una confederación de múltiples partidos, que sea capaz de articularse organizadamente para ganar las elecciones de 2009 y conformar equipos técnicos y políticos capaces de gobernar a partir de 2011.
Al igual que en las revoluciones americanas empezamos hablando de plata y terminamos por darnos cuenta que “ES LA REPÚBLICA, ESTÚPIDO”.

Publicado en el periódico "Foro Republicano", junio 2008